19/6/07
Memorias del verdulero de la esquina. VI
Laborales.
Ivamos en una "van" 6 ejecutivos de las altas esferas de ventas de Disney y yo.
Estábamos en Phoenix , Arizona.
Anochecía y el cielo estaba rojo anaranjado , como una furia sobre magenta y azul añil.
De esos cielos que sólo puede dar el desierto.
De esos lugares en que uno siente por todos lados que se está al borde de la naturaleza.
Un lugar extremo en el que no es mejor estar.
De esos lugares en que uno se da cuenta que lo natural , te mata.
El viaje era largo e innecesario.
Luego de un rato en que se quemaron todos los posibles tópicos para hacer la compañía placentera , un silencio espeso comenzó a expandirse a una velocidad directamente proporcional a la incomodidad que creaba.
Repentinamente todo nos parecía incómodo.
Eramos una lata de sardinas incompatibles.
Margeritte , un irlandesa cuarentona , flaca pero mal cuidada. De esa gente en que uno adivina demoliciones varias y asombroso poder de autoconstrucción.
Era nueva en el grupo.
Era la asitente de Louis y eso le daba un estatus especial.
Margaritte es de esa gente que gracias a que su camuflaje no es del todo perfecto , es esa falta ,esa imperfección la que la salvaba de todas las cosas.
Es de esa gente que proboca un voto de confianza , el hacerse el bueno y darle otra chance , mas que cualquier otra seguridad.
De esa gente que incomprensiblemente derrocha segundas oportunidades.
De esa gente capacitada al desparpajo gracias a un pasado con dinero.
De esa gente con historias de las cuales escapar todo el tiempo.
De esa gente mega lastimada.
Gente que sólo en las capitales.
Rompió el silencio. Con un suspiro y un "preferiría inyectarme heroína a esto".
El silencio se autodestrulló en sí mismo , implotando en una sensación mas abismal que el silencio.
Más densa que el imcomprensible silencio.
Algo así como el decierto de Arizona.
Una privasión de la sensación de tiempo normal.
Cada segundo se sentía como una hora.
Margaritte se había lanzado al vacío , y todos habían caído con ella , sin saber como salir.
Yo no era nadie en esa van.
Yo era el designado para comprar la cortina , todos los demás subieron para escapar de aquel ridículo evento en el hospital de niños cancerosos.
Me empecé a reir desde el fondo , de lo que estaba ocurriendo , y de lo lejos que estaba de eso.
Tan lejos.
Lejísimo. Como la distancia de mi casa en Montevideo a el desierto de Arizona.
Estaba tan lejos de ellos , que me permití reírme de todo eso.
Mi risa aumentaba cada vez más.
Margaritte se dió vuelta y me miró a los ojos aterrada.
Me llevé la mano a la boca , y miré por la ventanilla.
Ahogué mi risa mientras el sol era una bola roja ignea , mueriendose acorralado entre las fauces de dos montañas.
Eramos los únicos en la carretera.
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